Crecen ocultos tras el vaho los niños polacos de la guerra, entre unidades de la Cruz Roja extranjeras, entre oficiales y soldados del Ejército Rojo, entre familias desmembradas como las suyas, que se limitan a ellos mismos, o a ellos y sus semejantes, que arrebujados en cualquier recoveco buscan cobijo y calor en una gélida Varsovia en ruinas. Juegan a saltar ataúdes y se buscan el pan con su estraperlo de muñecas rotas o haciendo de lazarillos de monjas descarriadas. A unos metros de allí, tras un bosque de abetos escuálidos, espolvoreados por una nieve que conforme avanza la historia se impregna de un sabor dulzón, como si fuese azúcar glas, se esconde un monasterio azotado por la vergüenza.
Resulta paradójico que Polonia sea junto a Malta el país más católico (y porque no decirlo, creyente) de toda Europa. Un país destrozado y machacado por todas partes durante varios momentos históricos. Para conocer las causas hay que remover en la oscura historia y su imprevisible contingencia: el exterminio judío (en Polonia residía la mayor comunidad semita antes de la Segunda Guerra Mundial), la exportación de cristianos desde otros territorios de la órbita soviética a Polonia o más adelante, el movimiento opositor Solidaridad, relacionado con las Iglesia Católica y muy influyente en un país cuyos orígenes en el siglo X ya estaban unidos al Vaticano, son algunas de las razones más evidentes.
Sin embargo, más allá de religiones, cabe preguntarse el porqué adherirse a la fe en situaciones donde todo está perdido: la inocencia, la alegría, el deseo... Quizás sea cierto el subtítulo del cartel, quizás sea la forma más sencilla de explicar la cantidad de fieles que se aferran a la creencia de una existencia mejor tras la muerte, que importa menos que la condenación o no. También eso explicaría que ahora que en Polonia la situación ha mejorado bastante, aunque el tradicionalismo siga siendo uno de los platos fuertes de su sociedad, el número de practicantes haya disminuido drásticamente.
Sin embargo, más allá de religiones, cabe preguntarse el porqué adherirse a la fe en situaciones donde todo está perdido: la inocencia, la alegría, el deseo... Quizás sea cierto el subtítulo del cartel, quizás sea la forma más sencilla de explicar la cantidad de fieles que se aferran a la creencia de una existencia mejor tras la muerte, que importa menos que la condenación o no. También eso explicaría que ahora que en Polonia la situación ha mejorado bastante, aunque el tradicionalismo siga siendo uno de los platos fuertes de su sociedad, el número de practicantes haya disminuido drásticamente.
En todo caso, las monjas violadas por miembros del Ejército Rojo, las protagonistas de la historia de la nueva película de Anne Fontaine, han tratado en vida con esa condenación y su intención es no perpetuarla. Este triste fragmento olvidado del mayor conflicto bélico de la historia muestra la relación entre las monjas y una joven médico de la Cruz Roja Francesa, Mathilde (Lou da Laâge). Esta ejerce de comadrona y confesora comprensiva de la barbarie a la que han tenido que enfrentarse las hermanas.
El relato de Fontaine es de una narrativa sobria (como la decoración de las húmedas paredes del convento) y de un clasicismo en las formas (linealidad, limitación de la violencia física, cámaras fijas, etc.) que no impide que la historia sea potente y hermosa.
A algunos les parecerá que incluir en el relato al doctor Samuel (Vincent Macaigne) sea tratar de abarcar demasiado, que la historia se tendría que haber limitado a mostrar la superación de la adversidad dentro del monasterio, el compañerismo, las discrepancias. Sin embargo, mi atención aumenta cuando aparece el cínico judío en pantalla, su presencia es la representación de la falta de fe en la película y ofrece un curioso contrapunto, una mayor riqueza de personajes en la historia.
El otro personaje divergente con el resto de elencos es la abadesa (Agata Kulesza, la que fuese tía de Ida en la laureada película polaca de 2013). En esta ocasión Kulesza, aun interpretando a otro ser desencantado de su existencia y abatido por las circunstancias, representa unos principios morales más férreos e insoslayables, representa el despotismo que existe incluso en los asuntos divinos, de presunta justicia y armonía. Pero también es la prueba de que la devoción puede llevar al error y causar el mal incluso a pesar de las buenas intenciones.
Kulesza no es la única relación entre 'Las inocentes' e 'Ida'. Es llamativo que las dos obras más importantes ambientadas en Polonia de los últimos años tengan tantas cosas en común: en ambos casos la historia tiene como protagonistas a monjas o novicias en un territorio helado tanto en lo meteorológico como en lo sentimental. Aunque formalmente y psicológicamente se encuentren en planos separados (quizás aquí gane la cinta de Pawel Pawlikowski, más profunda y concisa, en la que el interior de las dos protagonistas femeninos se puede ver con transparencia impoluta y la cinta se limita a la relación de ambas con el mundo y con ellas mismas. Además 'Ida' goza de una fotografía cristalina y unos paisajes más espectaculares), y aunque el jazz es sustituido en esta ocasión por el canto gregoriano, se puede entender 'Las inocentes' como una precuela de 'Ida'. Con unos veinte años de diferencia entre una y otra historia, perfectamente podría ser el personaje de Agata Trzebuchowska una de esas hijas del crimen de los soldados soviéticos (de hecho tiene un parecido considerable con Katarzyna Dabrowska, una de las monjas que da a luz), sin embargo, sabemos que Ida es hija de judíos, víctimas mortales del exterminio nazi. Solo podemos entonces decir: "Las vueltas que da Polonia". Y va y ahora, vuelve a gobernar en el país la extrema derecha. Volvemos a los autoritarismo, esta vez por elección popular.
La fe es la esperanza de un futuro mejor. Como la que tiene Mathilde gracias a sus creencias comunistas, como la que tienen las monjas (no todas) tras la muerte tras el calvario en el que se ha convertido sus vidas, como la que cree no tener Samuel. Yo pienso que la Providencia debería estar escrita en las grietas de los labios de Lou da Laâge, la vida sería más bella. Mi fe es encontrarla un día por la calle.
Pero 'Las inocentes' es mucho más que una película sobre la fe, es una historia sobre el compañerismo, la duda y la tan recurrente resiliencia.
Lo mejor: El binomio Samuel/ Mathilde.
Lo peor: Esa aura maniquea: todos los franceses son admirables y los soviéticos unos desalmados.
Valoración: 7/10
Tráiler
El relato de Fontaine es de una narrativa sobria (como la decoración de las húmedas paredes del convento) y de un clasicismo en las formas (linealidad, limitación de la violencia física, cámaras fijas, etc.) que no impide que la historia sea potente y hermosa.
A algunos les parecerá que incluir en el relato al doctor Samuel (Vincent Macaigne) sea tratar de abarcar demasiado, que la historia se tendría que haber limitado a mostrar la superación de la adversidad dentro del monasterio, el compañerismo, las discrepancias. Sin embargo, mi atención aumenta cuando aparece el cínico judío en pantalla, su presencia es la representación de la falta de fe en la película y ofrece un curioso contrapunto, una mayor riqueza de personajes en la historia.
El otro personaje divergente con el resto de elencos es la abadesa (Agata Kulesza, la que fuese tía de Ida en la laureada película polaca de 2013). En esta ocasión Kulesza, aun interpretando a otro ser desencantado de su existencia y abatido por las circunstancias, representa unos principios morales más férreos e insoslayables, representa el despotismo que existe incluso en los asuntos divinos, de presunta justicia y armonía. Pero también es la prueba de que la devoción puede llevar al error y causar el mal incluso a pesar de las buenas intenciones.
Kulesza no es la única relación entre 'Las inocentes' e 'Ida'. Es llamativo que las dos obras más importantes ambientadas en Polonia de los últimos años tengan tantas cosas en común: en ambos casos la historia tiene como protagonistas a monjas o novicias en un territorio helado tanto en lo meteorológico como en lo sentimental. Aunque formalmente y psicológicamente se encuentren en planos separados (quizás aquí gane la cinta de Pawel Pawlikowski, más profunda y concisa, en la que el interior de las dos protagonistas femeninos se puede ver con transparencia impoluta y la cinta se limita a la relación de ambas con el mundo y con ellas mismas. Además 'Ida' goza de una fotografía cristalina y unos paisajes más espectaculares), y aunque el jazz es sustituido en esta ocasión por el canto gregoriano, se puede entender 'Las inocentes' como una precuela de 'Ida'. Con unos veinte años de diferencia entre una y otra historia, perfectamente podría ser el personaje de Agata Trzebuchowska una de esas hijas del crimen de los soldados soviéticos (de hecho tiene un parecido considerable con Katarzyna Dabrowska, una de las monjas que da a luz), sin embargo, sabemos que Ida es hija de judíos, víctimas mortales del exterminio nazi. Solo podemos entonces decir: "Las vueltas que da Polonia". Y va y ahora, vuelve a gobernar en el país la extrema derecha. Volvemos a los autoritarismo, esta vez por elección popular.
La fe es la esperanza de un futuro mejor. Como la que tiene Mathilde gracias a sus creencias comunistas, como la que tienen las monjas (no todas) tras la muerte tras el calvario en el que se ha convertido sus vidas, como la que cree no tener Samuel. Yo pienso que la Providencia debería estar escrita en las grietas de los labios de Lou da Laâge, la vida sería más bella. Mi fe es encontrarla un día por la calle.
Pero 'Las inocentes' es mucho más que una película sobre la fe, es una historia sobre el compañerismo, la duda y la tan recurrente resiliencia.
Lo mejor: El binomio Samuel/ Mathilde.
Lo peor: Esa aura maniquea: todos los franceses son admirables y los soviéticos unos desalmados.
Valoración: 7/10
Tráiler
Sinopsis
Narra la historia real de unas monjas polacas embarazadas tras ser violadas por las tropas rusas tras terminar la II Guerra Mundial. Agosto de 1945. Un monasterio cerca de Varsovia (Polonia) alberga un oscuro secreto. Mathilde Beaulieu es una joven médico enviada por la Cruz Roja con el fin de garantizar la repatriación de los prisioneros franceses heridos en la frontera entre Alemania y Polonia. Pero la sorpresa llega cuando descubre que una gran parte de las hermanas del convento están embarazadas por soldados del Ejército Rojo. Aunque Mathilde es inexperta, deberá aprender a sacar adelante esta inusual situación y ayudar a las hermanas.
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