Se aproxima la celebración de los 45 años de casado de los Mercer, y Kate (Charlotte Rampling) prepara con ahínco la fiesta, pero apenas unos días antes de la gran cita, su marido Geoff (Tom Courtenay) recibe una carta que pondrá en peligro no solo la celebración del aniversario, sino que causará dudas sobre los pilares del matrimonio.
Andrew Haigh comienza su historia con un plano de conjunto que sitúa al espectador en algún lugar tranquilo de Inglaterra, ya sea Devon o los Midlands del Este, un paraje nublado y con esa mezcla de vegetación y terreno de cultivo que transmite ausencia de aventura. Ese primer plano, con solo ese paisaje y una mujer de edad avanzada paseando tranquilamente a su pastor alemán, ya da a entender la monotonía de la vida de los protagonistas, un matrimonio mayor con sus costumbres, su orden, su rutina... Los primeros diálogos entre ambos confirman esta expectativa.
Sin embargo, esa estabilidad pronto se acerca a una situación arriesgada, próxima al borde del abismo, cuando el marido recibe una carta que le comunica que el cadáver de su primer amor ha sido encontrado. Por delante se avecina una semana difícil, en la que se pasa de los planos de conjunto a primeros planos que desempolvan secretos en un angosto desván o reflejan la incertidumbre en la bañera.
La película es una muestra de la duda, un cuento sobre la angustia que se sufre al pensar que puede que no hayas sido ese amor único e insustituible de la persona a la que has dedicado toda tu vida. No es tanto una historia sobre la fragilidad de la vejez y los recuerdos durante esta etapa de la existencia humana, sino que versa sobre las verdaderamente importantes decisiones de la misma y sobre los confines del matrimonio.
Lo cierto es que el ritmo de la película es lento durante todo su metraje, excesivo para el conflicto de la película. Haigh adapta un relato de David Constantine y se nota, la trama habría dado para un magnífico mediometraje que seguramente hubiese sido galardonando en el Festival La Cabina de Valencia, pero claro, Valencia no es Berlín y Rampling no se llevaría el Oscar que recogerá el próximo domingo.
Haigh es meticuloso con los detalles, graba con pulcritud y claridad, puede que con excesiva claridad, la película se divide en días señalados, y en cada día se suceden escenas matrimoniales similares. Además, los días están plagados de clichés británicos: esa afición a la música y la escritura de las clases acomodadas británicas, esas casas aisladas de cualquier núcleo de población considerable con esos jardines traseros, esa pulla imprescindible a Margaret Thatcher del cine inglés contemporáneo... Sólo falta que Kate conduzca un Rover en lugar de un Sköda. Entre clichés se advierte ese detallismo, esa dedicación por cada expresión facial, por cada plano o nimio pormenor que hacen de '45 años' una película espesa y aburrida.
Quizás sea una sutil y profunda obra sobre la inestabilidad de lo más hondo, pero tanto perfeccionismo resta en parte la magia de la historia. O posiblemente sea demasiado joven para compadecerme de Kate, para sentir lo que ella y Geoffrey sienten. No obstante, es una película muy digna.
Lo mejor: Las actuaciones de la pareja protagonista, un verdadero matrimonio.
Lo peor: Sobran minutos.
Valoración: 5'5/10
Javier Haya
Tráiler:
Sinopsis:
Falta sólo una semana para el 45º aniversario de su boda, y Kate Mercer está muy ocupada con los preparativos de la fiesta. Pero entonces llega una carta dirigida a su marido, en la que se le notifica que, en los glaciares de los Alpes suizos, ha aparecido congelado el cadáver de su primer amor.
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