'Psicosis' es, todavía hoy, más de medio siglo después de su estreno, una de las grandes películas de terror de la historia del cine. Quizás, la película más representativa del género del Hollywood clásico y la que mejor ha perdurado en el imaginario colectivo durante generaciones. Con apenas una melodía inquietante, el resonar de los cuchillos que se frotan, el fuera de campo y algún juego de luces (el chef Alfredo no necesitaba más ingredientes) 'Psicosis' crea una tensión sobrenatural a pesar de versar sobre asuntos mundanos.
Sólo a Alfred Hitchcock se le ocurriría hacer desaparecer para siempre a su protagonista a la media hora de película cuando, hasta el momento, Marion Crane (Janet Leigh) se dejaba ver en la práctica totalidad de los planos. Otros genios, como Billy Wilder, optaban por comenzar la casa por el tejado y mostrarte, en la primera escena, el cadáver de Joe Hillis flotando en la piscina para desde ese momento contarte cómo había llegado hasta ahí. Nolan (salvando las distancias) en 'Memento' (2000) también hace guiños al final desde el principio... Formas de narrar hay muchas, pero prescindir durante más de media película de la fuerza de Janet Leigh es una osadía que pocos se atreverían a cometer. El personaje de Leigh, aunque inmoral y oscuro, deja con su partida una ausencia inquietante, es una sensación extraña, que pocas veces se da en el cine, la sensación de dejar la trama principal amputada por la mitad (como si se tratase de un capítulo de Los Simpsons en el que el punto de partida se olvida al momento), ¿qué sucede con el dinero que ha robado? El dinero es la excusa para que el espectador victimice en un primer momento más a Marion que su propio amante o su hermana, cuya actitud deja entrever que piensan que se ha fugado con el dinero: Marion Crane es como Pedro, sólo que Hitchcock dibuja tan sutilmente su personaje que a simple vista parece una simple oveja de su propio rebaño.
Marion Crane es un personaje contradictorio, en su impulsividad parece haber cierta reflexión, como si fuese capaz de vislumbrar todos las consecuencias de un acto en décimas de segundo. La serenidad de su rostro, apenas inmutable (excepto cuando se mete en el cuarto de baño), contrasta con las dudas internas sobre sus actos que se escuchan a través de conversaciones imaginarias que sus seres cercanos mantienen en su ausencia (recurso clásico, quizás demasiado explícito, pero que no queda del todo mal al darse sólo un par de veces mientras conduce). Es capaz de pasar del bien al mal con la misma presteza con la que se cambia de sostén.
Si me detengo tan detalladamente en el personaje de Crane es porque ella afecta al comportamiento de todos los personajes, incluyendo a los que no les conocen como el detective Abergast (Martin Balsam). El guión de Joseph Stefano perfila mucho más por encima la psicología de Marion que el libro de Robert Boch que adapta, pero en apenas diez minutos podemos suponer las frustraciones y los deseos incumplidos de esta mujer insatisfecha con su mediocre existencia. El poder de concreción (que al parecer yo no poseo) es un don muy difícil de pulir, pero tanto Stefano como Hitchcock lo poseen.
La vida insatisfecha de Crane corresponde con la de miles de mujeres americanas vulgares y subordinadas como ella que les toca vivir los felices años 50 de la posguerra americana, tan hipócritas y artificiales como los felices años 20 en los que Edward Hooper pintó su casa al lado de las vías, el paradigma de la estupidez de la ostentación con esa mansión en mitad de la nada que le sirvió a la Paramount para construir en sus estudios el caserón de la familia Bates (debe de ser espectacular poder ver ese decorado, que cuentan que sigue alzado en alguna parte de los estudios). Hitchcock desfigura la atmósfera de su escenario, la triste soledad que evoca el cuadro la convierte en terrorífica soledad, en un mar de sombras entre la niebla, presagio de malos augurios.
El otro gran personaje de la película (el resto actúan más como medios para llegar al desenlace que como sujetos propios, son entes vacíos, incluso Lila, la hermana, interpretada por Vera Miles) es Norman Bates (Anthony Perkins). De apariencia ingenua, de rasgos pueriles y agilidad de adolescente, Perkins, al cual le pesó demasiado el éxito de esta película, posee todos los elementos para engañar al espectador. Hitchcock juega más con la luz con él que con ningún otro, aunque en este aspecto, el genio Alfredo juega sucio, emplea las sombras con los personajes sin establecer distinciones ni significados.
El recurso empleado de forma más notable es el encadenado, los pararelismos visuales son precisos y brillantes: el desagüe y el ojo, Norman y el cadáver de su madre. El resultado final, aunque con una penúltima escena que arruina en cierta medida la película, es un relato terrorífico que conecta, como bien dice el destacado crítico Roger Ebert, con nuestros miedos.
Lo mejor: La capacidad de síntesis, la precisión por el detalle y los cambios respecto a la novela que agilizan y dan más poder a la historia.
Lo peor: La explicación de varios minutos del trastorno psicológico de Bates insulta por su redundancia y le resta varios enteros a la película.
Valoración: 7/10
Tráiler
Si me detengo tan detalladamente en el personaje de Crane es porque ella afecta al comportamiento de todos los personajes, incluyendo a los que no les conocen como el detective Abergast (Martin Balsam). El guión de Joseph Stefano perfila mucho más por encima la psicología de Marion que el libro de Robert Boch que adapta, pero en apenas diez minutos podemos suponer las frustraciones y los deseos incumplidos de esta mujer insatisfecha con su mediocre existencia. El poder de concreción (que al parecer yo no poseo) es un don muy difícil de pulir, pero tanto Stefano como Hitchcock lo poseen.
La vida insatisfecha de Crane corresponde con la de miles de mujeres americanas vulgares y subordinadas como ella que les toca vivir los felices años 50 de la posguerra americana, tan hipócritas y artificiales como los felices años 20 en los que Edward Hooper pintó su casa al lado de las vías, el paradigma de la estupidez de la ostentación con esa mansión en mitad de la nada que le sirvió a la Paramount para construir en sus estudios el caserón de la familia Bates (debe de ser espectacular poder ver ese decorado, que cuentan que sigue alzado en alguna parte de los estudios). Hitchcock desfigura la atmósfera de su escenario, la triste soledad que evoca el cuadro la convierte en terrorífica soledad, en un mar de sombras entre la niebla, presagio de malos augurios.
El otro gran personaje de la película (el resto actúan más como medios para llegar al desenlace que como sujetos propios, son entes vacíos, incluso Lila, la hermana, interpretada por Vera Miles) es Norman Bates (Anthony Perkins). De apariencia ingenua, de rasgos pueriles y agilidad de adolescente, Perkins, al cual le pesó demasiado el éxito de esta película, posee todos los elementos para engañar al espectador. Hitchcock juega más con la luz con él que con ningún otro, aunque en este aspecto, el genio Alfredo juega sucio, emplea las sombras con los personajes sin establecer distinciones ni significados.
El recurso empleado de forma más notable es el encadenado, los pararelismos visuales son precisos y brillantes: el desagüe y el ojo, Norman y el cadáver de su madre. El resultado final, aunque con una penúltima escena que arruina en cierta medida la película, es un relato terrorífico que conecta, como bien dice el destacado crítico Roger Ebert, con nuestros miedos.
Lo mejor: La capacidad de síntesis, la precisión por el detalle y los cambios respecto a la novela que agilizan y dan más poder a la historia.
Lo peor: La explicación de varios minutos del trastorno psicológico de Bates insulta por su redundancia y le resta varios enteros a la película.
Valoración: 7/10
Tráiler
Mejor que: Psicosis II (1982) y Psicosis III (1986), imagino.
Peor que: 'Sed de mal' (1958) de Orson Welles, con la cual mantiene ciertos puntos en común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario